Muchas veces queremos algo que en principio nos parece casi imposible. De repente las cosas comienzan a darse de tal manera que lo imposible parece estar en el medio de la realidad. Y cuando todo parecía converger en el camino indicado, un viento de cambio, una ventana que se abre de par en par hace que otros factores entren en juego, y el castillo de ilusiones termine de derrumbarse tras un manto de confusión y desatino.
La diferencia entra la nueva realidad, y el ideal que intentábamos alcanzar será tanto mayor como la decepción que nos abrume.
Podríamos llegar a definir el término “frustración” como la suma de bloqueos que nos impiden alcanzar una meta.
A mayor altura de lo que se pretenda alcanzar, mayor grado de frustración.
Es en esos casos cuando la realidad duele y se nos impone impactando de lleno en nuestros días.
La frustración adoptará diversas formas según la circunstancia propiciante. Un niño podrá llorar el extravío de su juguete preferido, un adulto, una situación de parálisis laboral o de su empresa.
Entonces sobreviene un intento de acomodación, y nuestro ser intenta tolerar el cambio adverso. Comenzamos a convivir con la protesta y los días adversos, pasan a ser soportados de la mejor manera posible.
Es en estos casos cuando se instalan ciertas formas de pensamiento, intentamos convivir con el hecho que se mueve a contra pelo, y ponemos la mejor cara posible. Detrás de la máscara de la inapariencia, se esconde el monstruo de la desdicha, y según como nos tome, cada noche o cada día, será el humor de base que nos situará en el hall de aquel imposible que nos llevó a sentirnos así.
Y la convivencia con tal desdicha, la compartimos en casa, con amigos, y hasta socialmente.
Hay como un cierto grado de comprensión global del fenómeno, aunque digamos que, lo que por un tiempo nos juega en contra, al pasar semanas, días o meses, puede generar una perturbación anímica primero y física después.
Las ideas fijas enferman, y la “mala sangre” también. No por nada muchas disciplinas filosóficas o espirituales intentan que “nos programemos” de la mejor manera cada día intentando usar afirmaciones y pensamientos positivos que nos movilicen de semejante zanja.
Muchas veces el efecto deletéreo se incrementa cuando se derrumba la imagen propia o la de alguien, y esa caída duele, porque golpea el alma.
Si ante la eventualidad frustrante imponemos lucha, estaremos en crisis, pero la misma será un cruzar hacia terrenos supuestamente mejores.
Si ya pasó tiempo, o nos toma con los brazos caídos, la decepción o la frustración, pueden enraizar una depresión. Y entonces el paisaje deja de verse en verde o azul, para tornarse oscuro, sombrío, gélido y mustio. Estamos en la raíz de un cuadro depresivo.
Así, la persona que lo padece puede convertirse en víctima de sí misma, de sus limitaciones, de la falta de libertad que le imponen sus miedos.
La Homeopatía Unicista, puede ayudar a superar estas crisis. Mejorando el temor, la decepción, sea ésta pasada o reciente, al punto de atenuarla, o lograr que la persona no los sufra más…
Lo que no se comprende, lo que subyuga. Lo que nos pone contra la pared, se instala cómodamente en el living de nuestra vida. Y cual si fuera un pájaro carpintero (como el de la publicidad) picotea nuestra cabeza y nos tira ideas-comentario descalificadores. Así prevalece el desánimo, porque cuando queremos intentar algo, sobreviene la duda, esa duda que posterga todo, y que relativiza cualquier “salida de emergencia”.
Si un día vemos a lo que hemos llegado, quizás nos tome agotados, quizás no. Lo importante es recuperar la calma, superar la angustia, vencer el miedo e ir más allá de la desesperante frase: “para qué si ya no se puede”.
Pues claro que sí se puede. Y mucho más de lo que nos parece. La homeopatía unicista tiene herramientas que nos facilitan un “cómo” quizás insospechable a la hora de la desazón. Existe un medicamento aplicable para cada necesitad, para cada forma de presentarse de los síntomas, para cada persona, cualquiera sea su edad o condición.
Un futuro mejor es posible, y es más que aplicable, si se lo alcanza mejorando el camino, de la mano de un tratamiento homeopático unicista.